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estatua mientras los abuelos se acercaban
a mirarlo. Conocieron al catoblepas, cuya
cabeza es tan pesada que le cuesta trabajo
andar. Contemplaron asnos de tres patas,
antílopes de seis, serpientes de ocho cabe-
zas y otras de cien.
En un cuarto pequeño llevaba Upi el fuego que nunca debía
apagarse. Dentro de él los abuelos atisbaron a los pequeños
dragones que Upi llamó salamandras. Por último, Noé, Madú,
Eke e Itzá descubrieron fascinados a los animales que parecían
haber nacido de una confusión: a las inverosímiles quimeras
con cabeza de león, cuerpo de cabra y cola de serpiente; a las
distinguidas esfinges con cabeza de mujer, alas de pájaro y
cuerpo de león; a los grifos, mezcla de águila y león; a los hi-
pogrifos, caballo, águila y león.
—¡Qué increíble revoltijo! —concluyeron los abuelos,
mientras reían a carcajadas—. Parece haberse enredado en su
creación el Señor.
—¡Locuras que se les ocurren a los viejos! —agregó Upi
alzando los hombros con resignación.
Dieciséis
La primera en volver con una rama seca fue la paloma de Noé.
Una vez que todos hubieron recibido la respuesta de sus aves,
decidieron emprender el viaje de regreso a casa. Mientras se
preparaban para regresar, los abuelos se sintieron tristes. Las
familias se habían encariñado y los viejos se extrañarían unos
a otros, así que, para olvidar la tristeza, entre los cinco deci-
dieron hacer una gran fiesta de despedida.
Fue un día feliz. Los nietos volaron en los pegasos sobre
el mar infinito, las mujeres peinaron a las sirenas, los niños