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treparon en las jirafas, los hombres corrieron en los caballos,
los abuelos durmieron la siesta entre la pelambre de los osos
y las abuelas probaron los postres en todos los barcos.
Al atardecer bailaron. Cada uno trajo sus instrumentos
musicales y brincotearon hasta quedar agotados.
Al día siguiente, Itzá volvió con sus animales para poblar
las selvas y las boas se arrastraron sigilosamente hasta lo más
obscuro de las arboledas. Eke volvió a la región de los hielos,
donde sus animales dejaron de sentirse acalorados. Madú re-
gresó a los desiertos y a las estepas. Las jirafas volvieron a
estirar el cuello para comer hacia lo alto de las ramas de los
árboles. Noé volvió a los bosques y sus castores a construir
represas en los ríos.
Desde estos lugares los animales po-
blaron la tierra.
De Upi, en cambio, no se volvió a saber
nada. Nadie más volvió a verlo. Al despedir-
se, los abuelos observaron con alegría que su
barca alrevesada se perdía en la grandeza
del mar flotando serenamente. Upi se des-
pedía desde la proa risueño y aturdido.
Después, probablemente se haya perdido
o quizá —cosa que creo más segura— haya
desembarcado con toda su fauna fantásti-
ca en una isla que hasta ahora conocemos
sólo en sueños.
Mitos de Memoria del fuego
es una
colección de mitos indígenas sobre el
origen del mundo, de los animales,
de la noche y del tiempo. Búscala en
tu Biblioteca Escolar.