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Y la muerte se mordió el labio.
No era para menos seguir dando
rueda por tanto mundo bonito y
ajeno.
—Hace mucho sol. ¿Puedo
esperarla aquí?
—Aquí quien viene tiene su
casa. Pero puede que ella no
regrese hasta el anochecer.
“¡Chin!”, pensó la muerte, “se me irá el tren de
las cinco. No; mejor voy a buscarla”. Y levantando
su voz, dijo la muerte:
— Dónde, de fijo, pudiera encontrarla ahora?
—De madrugada salió a ordeñar. Seguramente
estará en el maíz, sembrando.
— Y dónde está el maizal? —preguntó la
muerte.
—Siga la cerca y luego verá el campo arado
detrás.
—Gracias —dijo secamente la muerte y echó a
andar de nuevo.