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Pero miró todo el extenso campo
arado y no había un alma en él. Sólo
garzas. Soltóse la trenza la muerte y
rabió:
“¡Vieja andariega, dónde te habrás
metido!” Escupió y continuó su sendero
sin tino. Una hora despuÉs de tener la
trenza ardida bajo el sombrero y la nariz
repugnada de tanto olor a hierba nueva,
la muerte se topó con un caminante:
—Señor, ¿pudiera usted decirme
dónde estÁ Francisca por estos campos?
—Tiene suerte —dijo el
caminante—, media hora lleva en casa
de los Noriegas. EstÁ el niño enfermo y
ella fue a sobarle el vientre.
—Gracias —dijo la muerte como un
disparo, y apretó el paso.