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Duro y fatigoso era el camino.
Además, ahora tenía que hacerlo
sobre un nuevo terreno arado, sin trillo,
y ya se sabe cómo es de incómodo
sentar el pie sobre el suelo irregular
y tan esponjoso de frescura, que
se pierde la mitad del esfuerzo. Así
por tanto, llegó la muerte hecha una
lástima a casa de los Noriegas:
—Con Francisca, a ver si me hace
el favor.
—Ya se marchó.
—¡Pero, cómo! ¿Así tan de pronto?
—¿Por qué tan de pronto?
—le respondieron—. Sólo vino a
ayudarnos con el niño y ya lo hizo.
De qué extrañarse?
—Bueno… verÁ —dijo la muerte
turbada—, es que siempre una hace
la sobremesa en todo, digo yo.
—Entonces usted no conoce
a Francisca.
—Tengo sus señas —dijo
burocrÁtica la impía.
—A ver, dígalas —esperó la madre.