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—Pero usted no ha hablado
de sus ojos.
—Bien; nublados… sí,
nublados han de ser… ahumados
por los años.
—No, no la conoce —dijo la
mujer—. Todo lo dicho está bien,
pero no los ojos. Tiene menos
tiempo en la mirada.
Ésa, a quien usted busca, no es Francisca.
Y salió la muerte otra vez al camino. Iba
ahora indignada sin preocuparse mucho
por la mano y la trenza, que medio se le
asomaba bajo el ala del sombrero.
Anduvo y anduvo. En casa de los GonzÁlez
le dijeron que estaba Francisca a un tiro de ojo
de allí, cortando pastura para la vaca de los
nietos. Mas sólo vio la muerte la pastura recién
cortada y nada de Francisca, ni siquiera la
huella menuda de su paso.