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El artista recogió las monedas
de su sombrero y también partió.
Al quedarse solo, el caballo
de arena comenzó a despertar.
Estaba vivo, pero no podía
moverse. Abrió su único ojo,
pero sólo veía nubes. Con su único
oído escuchó las gaviotas, el rugir
y suspirar del mar. Y, mezclados
con los estallidos de las olas,
oyó suaves, casi imperceptibles
relinchos.
Una gaviota se le posó en el
lomo y picoteó el aire con su pico
filoso.
—Gaviota —preguntó el caballo de arena—,
¿quÉ son esos relinchos?
—Son los caballos blancos, allá en la bahía
—respondió la gaviota.
— Qu² están haciendo?
—Brincan, caracolean y sacuden sus colas.