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—¡Tonterías! —exclamó el señor
Otis—. Con un líquido quitamanchas
desaparecerá en un instante.
Y antes de que la empleada
pudiera intervenir, el ministro salió
del comedor, regresó con un frasco
y se arrodilló para frotar la mancha
con el líquido. A los pocos instantes
había desaparecido.
—¡Yo sabía que este líquido la
borraría! —exclamó en tono triunfal
el señor Otis, pero apenas había
pronunciado esas palabras un
relámpago iluminó toda la estancia y
retumbó un gran trueno que hizo que
la empleada se desmayara.
Cuando volvió en sí, la mujer les
comentó a los señores Otis que había
escuchado cosas terribles de aquel
castillo. Ellos le aseguraron que no
tenían miedo de ningún fantasma.
La tormenta continuó toda la noche,
sin que sucediera nada extraordinario.
A la mañana siguiente, cuando la
familia bajó a desayunar, encontraron
nuevamente la mancha en el piso.