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—Nadie, nadie coyotito —dijo la Coneja—,
pero de todos modos yo quiero verte
correr. ¿Por qué no te juegas una carrerita
con el Conejo? Una gran carrera; de lado
a lado de la Tierra.
—¡Acepto! —gritó el Coyote—, pero con
una condición: el que gane se puede
comer al que pierda.
El Conejo se había ido poniendo más y
más pálido. No podía hablar. La Coneja
lo arrastró a la madriguera.
q
—¿Cómo se te ocurre que yo.
..? —comenzó
el Conejo, pero la Coneja, que era linda
y suave y muy lista, lo interrumpió.
—Tú no te preocupes, querido. Mira,
te voy a explicar.
.. —y juntó sus orejitas
con las del Conejo, y comenzó a hablarle
en voz baja, para que no fuera a oírlos
el Coyote.