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iv
¿Y la boda?
Fue doña SebastIana la que descubrIó el engaño de FelIpa.
Una tarde tuVo que Ir a la botIca de su esposo a lleVarle
algo de comer, ya que ese día el trabajo no le había permItIdo
Ir a su casa. En el camIno, al dar la Vuelta en una esquIna, casI
choca con Joaquín.
—Pero QuIno, ¿qué haces aquí? Te hacíamos en la capItal.
—¿En la capItal yo, doña SebastIana?
Después de unas frías y largas horas de espera, VIeron que
el señor caía dormIdo sobre la mIsma mesa. Era el momento
de entrar en accIón. Chema hIzo el banquIto para que QuIno
trepara hasta la Ventana. Una Vez allí, la abrIó y bajó con cuI-
dado hasta donde estaban el ladrón, sus ahorros y la escopeta.
Lentamente fue retIrando los montoncItos de monedas y me-
tIéndolas en una bolsa de lona que lleVaba consIgo. De algo
le había serVIdo el robo, ya que el ratero le había ahorrado la
tarea de contar el dInero, pues había apuntado en un papelI-
to antes de dormIrse la suma total: doscIentos dIez pesos con
VeIntIocho centaVos. Cuando termInó de meter el dInero en
la bolsa emprendIó el regreso, otra Vez con mucho cuIdado.
Al llegar a la Ventana, un detalle rompIó con lo perfecto de la
operacIón: a QuIno se le cayó un zapato. Sólo alcanzó a Ver
que el señor se despertaba con el ruIdo y cogía la escopeta.
Ya del otro lado, sobre los hombros de Chema, se oyó la
explosIón y el sIlbIdo de la bala que cruzaba por la Ventana y
hacía Impacto en el muro de pIedra de la casa de enfrente.
Los tres amIgos tambIén se sIntIeron balas, porque salIeron
dIsparados calle abajo.