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—¿Por qué no vamos a verlo? —dijo el bibliotecario.
—Uhmmmm —hizo el ingeniero.
—Uhmmmm, uhmmmm —hizo el concejal—. Mañana.
Mañana vamos a verlo. Ahorita no podemos. Estamos muy
ocupados. Pero mañana, mañana sin falta vamos. Ejem. Re-
cuerden, estamos aquí para servirles.
Y el concejal le dio la mano a todas las madres.
—Yo sabía —dijo Camila.
—Esperen, muchachos, yo sí voy con ustedes —dijo la pe-
riodista. Y junto con los niños, las madres y el bibliotecario,
fue a ver el terreno.
—¿Cómo quieren su parque? —les preguntó. Los niños
comenzaron a leer su papel largo. La periodista tomó muchas
notas de todo lo que decía el papel:
Queremos un parque con árboles y semillas para sembrar
arbolitos. Columpios, un tractor viejo para montar, una
pala vieja para escarbar. Una casa para jugar muñecas, un
mecate con un caucho para lanzarse. Mucho espacio para
jugar beisbol, volibol y futbol, para hacer carreras y volar
papagayos, para jugar fusilado, la ere, cero contra pulsero,
ladrón liberado, tomatera-tomatera y tonga. Grana para
hacer vueltas de carnero. Un patio para jugar metra. Una
cama vieja para brincar la burra. Y un asiento que los padres
puedan visitar. FIN
Al día siguiente la biblioteca amaneció callada. Los niños
se sentaron pensativos en la escalera.
—Yo sabía —suspiró Camila—. Yo sabía que no iba a pasar
nada.
—¿Y si volvemos al concejo con nuestros hermanos ma-
yores? —preguntó Carlitos.
—Los meten presos —contestó Camila.