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Esta vez parecía que Camila tenía razón. Pasó el tiempo y
los señores del concejo no volvieron. El terreno se fue llenando
de basura otra vez y poco a poco los vecinos se olvidaron del
parque. Pero los niños no.
—¿Qué pasó con nuestro parque? —preguntaron. Los
adultos tenían una sola explicación:
—El gobierno no cumple.
—Siempre prometen y después no hacen nada.
Carlitos, Camila y Cheo no se conformaron. Desde lo alto,
miraban el terreno vacío y pensaban. Una tarde, Carlitos dijo:
—¿Y no podemos hacer el parque nosotros mismos?
—Estás loco, eso es muy difícil.
—Pero si todos ayudan, tal vez.
..
—Bueno, pues. ¿Y por qué todo tiene
que hacerlo el gobierno? Si el terreno
es nuestro, nosotros podemos hacerle el
parque a los muchachos.
Los amigos se quedaron sorprendidos
y la mayoría no estuvo de acuerdo.
—¡Qué va! Aquí nadie colabora. Ni
para limpiar una banqueta. Qué van a es-
tar haciendo un parque.
—Noo, chico. Si aquí la gente es muy
comodina.
—Olvídate. Aquí no hay unión. Lo
harás tú solo.
Era una idea loca, pero de todas maneras los niños se la
contaron a sus amigos, a sus hermanos mayores y a sus madres,
y las madres la comentaron con los padres.
Y un día, el tío de Carlitos que estaba tomando unas cer-
vezas con sus amigos, dio un golpe en la mesa y dijo: