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BLOQUE II
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Cuenta la leyenda que hace más de dos centurias
y en la poética ciudad de Córdoba, vivió una
célebre mujer, una joven que nunca envejecía y a
quien todos llamaban
la Mulata
.
En el sentir de la mayoría, la Mulata era una
bruja, una hechicera que habían visto volar por
los tejados de las casas. Decían que había hecho
pacto con el Diablo, quien la visitaba todas las
noches para darle poderes sobrenaturales.
Se decía que en todas partes estaba, en distin-
tos puntos y a la misma hora; y llegó a saberse
que en un mismo día se le vio a un tiempo en
Córdoba y en México. La fama de aquella mujer
era grande, inmensa. Por todas partes se hablaba
de ella y en diferentes lugares de Nueva España su
nombre era repetido de boca en boca.
Se asegura que un día, desde la villa de Córdo-
ba fue llevada hasta las sombrías cárceles de la In-
quisición en la ciudad de México. Su aprehensión
fue el tema favorito de muchas conversaciones.
Hubo quien aseguraba que la Mulata no era
hechicera ni bruja ni cosa parecida, que la habían
encarcelado para quitarle su inmensa fortuna,
consistente en diez grandes barriles de barro,
llenos de polvo de oro. Otro aseguró que ade-
más de esto, se hallaba de por medio un amante
desairado, quien ciego de despecho, denunció en
Córdoba a la Mulata porque ésta no había corres-
pondido a sus amores.
Pasaron los años, hasta que se supo de nuevo
que la hechicera sería quemada en el próximo
Auto de fe organizado por la Inquisición.
El asombro creció de punto cuando, pasados
algunos días, se dijo que la Mulata había volado
hasta Manila, burlando la vigilancia de sus carce-
leros… mejor dicho, saliéndose delante de uno de
ellos.
¿Cómo había sucedido esto? ¿Qué poder tenía
aquella mujer para dejar así, con un palmo de na-
rices, a los muy respetables señores inquisidores?
Todos lo ignoraban. Por toda la ciudad se dijeron
las más extrañas y absurdas explicaciones, desde
que todo había sido obra del demonio, hasta que
uno de los inquisidores se había enamorado de
ella y, así, la dejó escapar.
He aquí la verdad de los hechos. Una vez, el
carcelero penetró en el inmundo calabozo de la he-
chicera y se quedó verdaderamente maravillado de
contemplar, en una de las paredes, un navío que la
Mulata había dibujado con carbón. Ella le preguntó
con tono irónico:
—¿Qué le falta a ese navío?
—¡A ese barco —contestó el interrogado— única-
mente le falta que ande! ¡Es perfecto!
—Pues si vuestra merced lo quiere, si en ello se
empeña, andará, andará, y muy lejos…
—¡¿Cómo?! ¡¿A ver?!
—Así —dijo la Mulata. Ligera saltó al navío y éste
lento al principio, y después rápido y a toda vela,
desapareció con la hermosa mujer por uno de los
rincones del calabozo.
El carcelero, mudo, inmóvil, con los ojos sali-
dos de sus órbitas, con el cabello de puntas y con
la boca abierta, vio aquello sorprendido.
La Mulata de Córdoba
Las leyendas del México antiguo
Te presentamos dos narraciones para que conozcas historias
de personas, lugares, objetos o acontecimientos que se
convirtieron en leyenda.
Lean en voz alta los siguientes textos.
Luis González Obregón, “La Mulata de Córdoba”
(adaptación), en
México viejo
, México, Promexa, 1979.