ESPAÑOL
33
I
Nuestra amistad duró así varios
años, en el curso de los cuales (en-
rojezco al confesarlo) mi tempera-
mento y mi carácter se alteraron
radicalmente por culpa del demo-
nio.
Intemperancia
. Día a día me
fui
volviendo
más
melancólico,
irritable e indiferente hacia los sen-
timientos ajenos. Llegué, incluso, a
hablar
descomedidamente
a
mi
mujer y terminé por
infligirle
vio-
lencias personales. Mis favoritos,
claro está, sintieron igualmente el
cambio de mi carácter. No sólo los
descuidaba, sino que llegué a ha-
cerles daño. Hacia
Plutón
, sin em-
bargo, conservé suficiente conside-
ración como para abstenerme de
maltratarlo, cosa que hacía con los
conejos, el mono y hasta el perro
cuando, por casualidad o movidos
por el afecto, se cruzaban en mi ca-
mino. Mi enfermedad, empero, se
agravaba —pues, ¿qué enfermedad
es comparable al alcohol?—, y fi-
nalmente el mismo
Plutón
, que ya
estaba viejo y, por tanto, algo eno-
jadizo, empezó a sufrir las conse-
cuencias de mi mal humor.
Una noche en que volvía a casa
completamente embriagado, des-
pués de una de mis correrías por la ciudad, me pareció
que el gato evitaba mi presencia. Lo alcé en brazos,
pero, asustado por mi violencia, me mordió ligera-
mente en la mano. Al punto se apoderó de mí una fu-
ria demoníaca y ya no supe lo que hacía. Fue como si
la raíz de mi alma se separara de golpe de mi cuerpo;
una maldad más que diabólica, alimentada por la gi-
nebra, estremeció cada fibra de mi ser. Sacando del
bolsillo del chaleco un
cortaplumas
, lo abrí mientras
sujetaba al pobre animal por el pescuezo y, deliberada-
mente, le hice saltar un ojo. Enrojezco, me abraso,
tiemblo mientras escribo tan condenable atrocidad.
Cuando la razón retornó con la mañana, cuando
hube disipado en el sueño los vapores de la
orgía
noc-
turna, sentí que el horror se mezclaba con el remordi-
miento ante el crimen cometido; pero mi sentimiento
era débil y ambiguo, no alcanzaba a interesar al alma.
Una vez más me hundí en los excesos y muy pronto
ahogué en vino los recuerdos de lo
sucedido.
El gato, entretanto, mejoraba
poco a poco. Cierto que la órbita
donde faltaba el ojo presentaba un
horrible aspecto, pero el animal no
parecía sufrir ya. Se paseaba, como
de costumbre, por la casa, aunque,
como es de imaginar, huía aterrori-
zado al verme. Me quedaba aún
bastante de mi antigua manera de
ser para sentirme agraviado por la
evidente antipatía de un animal
que alguna vez me había querido
tanto. Pero ese sentimiento no tar-
dó en ceder paso a la irritación. Y
entonces, para mi caída final e irre-
vocable, se presentó el espíritu de la
PERVERSIDAD. La
filosofía
no
tiene en cuenta a este espíritu; y, sin
embargo, tan seguro estoy de que mi alma existe como
de que la perversidad es uno de los impulsos primor-
diales del corazón humano, una de las facultades pri-
marias indivisibles, uno de esos sentimientos que diri-
gen
el
carácter
del
hombre.
¿Quién
no
se
ha
sorprendido a sí mismo cien veces en momentos en
que cometía una acción tonta o malvada por la simple
razón de que
no
debía
cometerla? ¿No hay en nosotros
una tendencia permanente, que enfrenta descarada-
mente al buen sentido, una tendencia a transgredir lo
que constituye
la Ley
por el solo hecho de serlo? Este
espíritu de perversidad se presentó, como he dicho, en
mi caída final. Y el insondable anhelo que tenía mi
alma de
vejarse a sí misma
, de violentar su propia na-
turaleza, de hacer mal por el mal mismo, me incitó a
continuar y, finalmente, a consumar el suplicio que
había infligido a la inocente bestia. Una mañana,
obrando a sangre fría, le pasé un lazo por el pescuezo y
metamorfoseadas:
disfrazadas.
intemperancia:
intolerancia.
infligirle:
aplicarle.
cortaplumas:
navaja.
orgía:
desenfreno.
filosofía:
ciencia que estudia y
reflexiona sobre los principios de
pensamiento y acción humanos.