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Libro para el maestro
SECUENCIA 8
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cualquier forma podríamos probar; desde
luego, todo depende del precio. Debe usted saber que
en nuestra línea, la envoltura no debe costar más que
el contenido.
—Ofrezca usted —contestó Mr. Winthrop. […]
—Hablando francamente le diré que yo sé distin-
guir las obras de arte, y estas cestas son realmente ar-
tísticas. En cualquier forma, nosotros no vendemos
arte, usted lo sabe bien, sino dulces, por lo tanto, con-
siderando que sólo podremos utilizarla como envoltu-
ra de fantasía para nuestro mejor
praliné
francés, no
podemos pagar por ellas el precio de un objeto de arte.
Eso debe usted comprenderlo, señor.
.. ¿Cómo dijo que
se llamaba? ¡Ah!, sí, Mr. Winthrop. Pues bien, Mr.
Winthrop, para mí solamente son una envoltura de
alta calidad, hecha a mano, pero envoltura al fin. Y
ahora le diré cuál es nuestra oferta, ya sabrá si acepta o
no. Lo más que pagaremos por ellas será un dólar y
cuarto por cada una y ni un centavo más. ¿Qué le pa-
rece?
Mr. Winthrop hizo un gesto como si le hubieran
golpeado la cabeza.
El confitero, interpretando mal el gesto de Mr.
Winthrop, dijo rápidamente:
—Bueno, bueno, no hay razón para disgustarse.
Tal vez podamos mejorarla un poco, digamos uno cin-
cuenta la pieza.
—Que sea uno setenta y cinco —dijo Mr. Win-
throp respirando profundamente y enjugándose el su-
dor de la frente.
—Vendidas. Uno setenta y cinco puestas en el
puerto de Nueva York. Yo pagaré los derechos al reci-
birlas y usted el embarque. ¿Aceptado?
—Aceptado —contestó Mr. Winthrop cerrando el
trato.
—Hay una condición —agregó el confitero cuan-
do Mr. Winthrop se disponía a salir—. Uno o dos
cientos no nos servirían de nada, ni siquiera pagaría el
anuncio. Lo menos que puede usted entregar son diez
mil, o mil docenas si le parece mejor. Y, además, deben
ser, por lo menos, en veinte dibujos diferentes.
—Puedo asegurarle que las puedo surtir en sesenta
dibujos diferentes.
—Perfectamente. Y ¿está seguro que podrá entre-
gar las diez mil en octubre?
—Absolutamente seguro —dijo Mr. Winthrop, y
firmó el contrato.
Mr. Winthrop emprendió el viaje de regreso al
pueblecito para obtener las doce mil canastas. Du-
rante todo el vuelo sostuvo una libreta en la mano
izquierda, un lápiz en la derecha y escribió cifras y
más cifras, largas columnas de números, para deter-
minar exactamente qué tan rico sería cuando realiza-
ra el negocio. Hablaba solo y se contestaba, tanto que
sus compañeros de viaje le creyeron trastornado.
[…]
“Aquel indio tonto que no sabe ni lo que tiene me
ofreció un ciento a sesenta y cinco centavos la pieza.
No le diré en seguida que quiero doce mil para que no
se avorace y conciba ideas raras y trate de elevar al pre-
cio. Bueno, ya veremos; un trato es un trato aún en
esta república dejada de la mano de Dios. ¡República!
¡hum!.
..y ni siquiera hay agua en los lavabos durante la
noche. República.
.. Bueno, después de todo yo no soy
su presidente. Tal vez pueda lograr que rebaje cinco
centavos más en el precio y que éste quede en sesenta
centavos. De cualquier modo y para no calcular mal
diremos que el precio es de sesenta y cinco centavos,
esto es, sesenta y cinco centavos moneda mexicana.
Veamos.
.. ¡Diablo! ¿Dónde está ese maldito lápiz?.
..
[…]. Continuará…
praliné:
crema de
chocolate con avellana
o almendra.