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Libro para el Maestro
Apreciar o afirmar a alguien
es
reconocer lo
bueno que hay en esa persona
, valorando sus cualidades
y sus actitudes “buenas” y encomiables, sin desconocer sus
necesidades y carencias. Es posible encontrar tales cualida-
des en todo ser humano, por lo tanto toda persona es digna
de aprecio. Pero vivimos en la cultura del menosprecio.
Predominan las críticas negativas, las bromas ridiculizantes,
la burla, los anuncios comerciales que nos plantean metas
imposibles y que nos crean una ansiedad por ser lo que no
podemos (ni tenemos por qué ser, claro). Los refuerzos y
estímulos para el aprendizaje son en muchos casos negati-
vos (si dictamos cuatro palabras a un niño, y comete una
falta de ortografía en una de ellas, le decimos: “Ésta está
mal”). Palabras y frases como “estáte quieta”, “tonto”, “no
chilles”, “eres un inútil”, “no molestes”, “se te va a caer”,
“ponte al sol”, “quítate del sol”…son muchísimo más
frecuentes que otras como “hablemos un poco de ti”,
“¿estás triste?”, “me gusta como eres”, “puedes decirme
todo lo que quieras”, “es bonito jugar contigo”… Tardamos
un momento en pensar cinco cosas negativas de cada uno
de nosotros, pero seguro que tardamos bastante más
tiempo en reconocernos cinco cosas positivas. Y sin embar-
go, las tenemos, como mínimo tantas como negativas.
El efecto del menosprecio en las relaciones interpersonales
es doble: por un lado, bloquea parcialmente el aprendizaje
(sobre todo en los más menospreciados); por otro lado, hace
más fácil el abandono de uno mismo, el dejarse llevar por
los juicios de los demás, desanimando a tener iniciativas
propias.
En la educación para la paz, la afirmación de la persona
como tal, el autoaprecio y el aprecio hacia los demás
constituyen pasos fundamentales para resolver los conflic-
tos. Es más fácil aprender, dar y recibir cuando uno se siente
relajado y confiado en un grupo como persona, y no se está
a la defensiva. Al saber que estamos integrados en el grupo,
las situaciones de conflicto no nos hacen sentirnos rechaza-
dos, y esto nos permite una actitud creadora ante el
conflicto. La afirmación y el aprecio son, pues, parte del
proceso de creación de grupo, necesario, como decíamos al
principio, para desarrollar en él el resto del método socio-
afectivo.
En este marco, la actitud de la persona educadora va a ser
decisiva y, como se desprende de experimentos como el
efecto Pigmalión, la expectativa de quien educa sobre el
alumnado y la actitud que de ella se desprende van a ser
muy importantes en su rendimiento. Quienes están “etique-
tados”, arrastrando curso tras curso una desventaja escolar,
un comportamiento alterado, etc., son quizás fruto en buena
parte de este condicionamiento. De alguna forma se podría
sintetizar que pensar que un niño es capaz de hacer algo (¿y
por qué no un adulto?), es posibilitárselo. ¿Es una paradoja
esperar más de los que tienen menos? En este sentido, una
discriminación positiva
(es decir, ofrecer más tiempo,
atención.
.. a quienes están en una situación desfavorecida)
puede ser una interesante
manera de igualar oportunida-
des
. Por ejemplo: asegurarse de que la persona “desaventa-
jada” en un área o habilidad determinada reciba, por un
lado, mayor atención y dedicación en las actividades de
clase relacionadas con ese tema, y por otro, mayores
oportunidades que los demás de “destacar” y reforzar su
autoestima en aquellas áreas o habilidades en que se
muestre “aventajada”.
Aprecio-menosprecio
Seminario de Educación para la Paz. “Aprecio-menosprecio”, en
Educación para la Paz
.
Barcelona: Edupaz/Los libros de la Catarata, 2000, pp. 54-55.