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Para reflexionar
…
Retomar el camino
Un señor se hace a la mar a navegar en su velero y, de repente, una fuerte tormenta lo sorprende y lo
lleva descontrolado mar adentro. En medio del temporal el hombre no ve hacia dónde se dirige su barco.
Con peligro de resbalar por la cubierta, echa el ancla para no seguir siendo llevado por el viento y se
refugia en el camarote hasta que la tormenta
amaine
un poco. Cuando el viento calma, el hombre sale de
su refugio y recorre el velero [para revisarlo y confirmar que no está dañado].
El navegante sonríe y levanta la vista con intención de iniciar el retorno a puerto.
Otea
a todas las
direcciones pero lo único que ve por todos lados es agua. Se da cuenta de que la tormenta lo ha llevado
lejos de la costa y de que está perdido. Empieza a desesperarse, a angustiarse [
…
]
—Estoy
perdido, estoy perdido
…
qué barbaridad
…
[
…
]
Y aunque parezca mentira, un milagro se produce en esta historia: el cielo se abre [
…
] un rayo de sol
entra, como en las películas, y se escucha una voz profunda que dice:
—¿Qué pasa? El hombre dice —Estoy perdido, no se dónde estoy
…
¿dónde estoy?
—Estas a 38 grados latitud sur, 29 grados longitud oeste.
—Gracias
…
gracias —dice el hombre.
Pero pasada la primera alegría, piensa un ratito y se inquieta retomando su queja:
—Estoy perdido, estoy perdido
…
Acaba de darse cuenta de que con saber dónde está, sigue estando
perdido. Porque saber dónde estás no te dice nada respecto a dejar de estar perdido.
El cielo se abre por segunda vez: —¡Qué te pasa!
—Es que en realidad de nada me sirve saber dónde estoy, lo que yo quiero es saber es adónde voy.
¿Para qué me sirve saber dónde estoy si no sé adónde voy? A mí lo que me tiene perdido es que no sé a
dónde voy.
—Bien —dice la voz—, vas a Buenos Aires— y el cielo comienza a cerrarse otra vez.
Entonces, ya más rápidamente y antes de que se cierre el cielo, el hombre dice:
—¡Estoy perdido, estoy perdido, estoy desesperado
…
!
El cielo de abre por tercera vez:
—¡¿Y ahora qué pasa?!
—No
…
es que yo, sabiendo dónde estoy, y sabiendo adónde voy, sigo estando perdido como antes,
porque en realidad ni siquiera sé dónde está ubicado el lugar adonde voy.
La voz responde: —Buenos Aires está a 38 grados
…
—¡No, no, no! —exclama el hombre. Estoy perdido, estoy perdido
…
¿Sabes lo que pasa? Me doy cuenta
de que ya no me satisface saber dónde estoy y a dónde voy; necesito saber cuál es el camino para llegar,
necesito el camino.
En ese preciso instante, cae desde el cielo un pergamino atado con un moño. El hombre lo abre y ve un
mapa marino. Arriba y a la izquierda un puntito rojo que se prende y se apaga con un letrero que dice
“Usted está aquí”. Y abajo a la derecha un puntito azul donde se lee: “Buenos Aires”.
En un tono
fucsia
fosforescente, el mapa muestra una ruta que tiene muchas indicaciones:
remolino
arrecife
piedritas
…
y que obviamente marcan el camino a seguir para llegar a destino.
El hombre por fin se pone contento [
…
] mira el mapa, pone en marcha el motor, estira la vela, observa
para todos lados y dice:
—¡Estoy perdido, estoy perdido
…
!
Por supuesto.
Pobre hombre, sigue estando perdido.
Para todos lados adonde mira sigue habiendo agua, y con toda la información reunida no le sirve para
nada, porque no sabe hacia dónde empezar el viaje.
Jorge Bucay (2006),
El camino de la felicidad
, pp.128-131