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Libro para el Maestro
asimilacionistas pierden crédito y va imponiéndose la idea
de que los diversos grupos están legitimados para mantener
sus diferencias culturales. De hecho el vocablo
«multiculturalismo» ha sido elegido por el gobierno
canadiense para describir la política que empezó a impulsar
a partir de 1970, encaminada a fomentar la polietnicidad y
no la asimilación de los inmigrantes. Este tipo de
reivindicaciones se une en los años noventa al debate que
tiene lugar en los
campus
norteamericanos sobre «lo
políticamente correcto», expresión que se pone de moda a
partir de un artículo de Richard Bernstein en el
New York
Times
, en el que señala que ser «políticamente correcto»
consiste en adherirse a una nueva ortodoxia en boga en el
campus
universitario, a un compromiso impuesto por las
minorías culturales. La expresión hace fortuna por su
carácter irónico, ya que modifica el sentido original marxista
de actuar de acuerdo con la línea oficial del partido y lo
trasplanta a la actuación políticamente correcta de acuerdo
con las reclamaciones de las minorías culturales
3
.
En Estados Unidos fueron las polémicas en torno a lo
políticamente correcto extremadamente violentas, y algún
autor ha llevado al sarcasmo hasta el punto de escribir unos
Cuentos infantiles políticamente correctos
, en los que
reconstruye la historia de
Caperucita y Blancanieves
, entre
otros, en un lenguaje «políticamente correcto». En el
prólogo aclara qué entiende por ese tipo de lenguaje
cuando se disculpa de antemano y anima al lector «a
presentar cualquier sugerencia encaminada a rectificar
posibles muestras de actitudes inadvertidamente sexistas,
racistas, culturalistas, nacionalistas, regionalistas,
intelectualistas, socioeconomicistas, etnocéntricas,
falocéntricas, heteropatriarcales o discriminatorias por
cuestiones de edad, aspecto, capacidad física, tamaño,
especie u otras no mencionadas»
4
.
En cualquier caso, con ironía o sin ella, lo esencial de estos
debates no es tanto que de ellos surgiera la obsesión de
algunos grupos por un lenguaje «políticamente correcto»,
sino que desde ellos se potenciara una seria discusión sobre
los problemas que presenta el multiculturalismo. En este
sentido, la publicación en 1992 del libro de Charles Taylor
El
multiculturalismo y la «política del reconocimiento»
supuso
un auténtico impulso, porque Taylor puso sobre el tapete
algunas de las cuestiones centrales
5
.
Dilucidar cuáles deben ser las relaciones entre las diferentes
culturas, en el nivel nacional y en el mundial, es –este sería
el mensaje– una cuestión de justicia para con la identidad
de las personas, que Se identifican –entre otras cosas– por
pertenecer a una cultura. De donde surgirían cuestiones
como las siguientes: si una sociedad liberal, comprometida
con la protección de los derechos fundamentales de los
individuos, puede defender también derechos colectivos de
las minorías; si e! liberalismo, como esqueleto político de
una sociedad pluralista, es neutral a las distintas culturas
que conviven en ella, o es una cultura más, que sólo admite
de las restantes lo que ella también asume; si todas las
culturas son igualmente respetables; si para proteger una
cultura basta con que algunas personas se identifiquen con
ella o, por e! contrario, es preciso que aporte algo valioso a
la humanidad, es decir, si es un problema de derechos
personales o de riqueza cultural.
Ante cuestiones como éstas algo queremos defender en este
capítulo, y es que los problemas multiculturales no son sólo
de justicia, sino también de
riqueza
humana. Lo cual no
significa que tenemos a todas las culturas por igualmente
dignas
a priori
, ya que cada una de ellas ha de mostrar
hasta qué punto lo es. Pero, por lo mismo, tampoco
podemos afirmar
a priori
que hay culturas carentes de
cualquier valor. y por eso, si no queremos prescindir de esas
aportaciones valiosas, que han ido significando algo para
las personas en e! transcurso de los siglos, es indispensable
adentrarse en un diálogo intercultural a través de! cual
poder descubrir conjuntamente qué aportaciones resultan
valiosas.
No se trata, pues, de mantener las diversas culturas como si
fueran especies biológicas y hubiera que defender la
«biodiversidad». Se trata más bien de tomar conciencia de
que ninguna cultura tiene soluciones para todos los
problemas vitales y de que puede aprender de otras, tanto
soluciones de las que carece, como a comprenderse a sí
misma. En este sentido, una
ética intercultural
no se
contenta con asimilar las culturas relegadas a la triunfante,
ni siquiera con la mera coexistencia de las culturas, sino que
invita a un diálogo entre las culturas, de forma que respeten
sus diferencias y vayan dilucidando conjuntamente qué
consideran irrenunciable para construir desde todas ellas
una convivencia más justa y feliz. Habida cuenta, por otra
parte, de que la comprensión de otros que se logra a través
de la convivencia y el diálogo es indispensable para la
autocomprensión.
Para llevar a cabo el proyecto de una ética intercultural es
necesario afrontar problemas antropológicos, psicológicos,
éticos, jurídicos, políticos, pero conviene empezar
recordando los orígenes del debate multicultural y cómo ha
llegado esta cuestión hasta nosotros (…)
3
Olivier Mongin «Retour sur une controverse: du "politiqueo ment correct" au multiculturalisme».
Esprit
. junio (1995). 83-87.
4
James Finn Garner,
Cuentos infantiles políticamente correctos
, Barcelona, Circe, 1995, 10 y 11.
5
Charles Taylor,
El multiculturalísmo y «la política del reconocimiento»
, México,
FCE
, 1993.