296
Libro para el Maestro
ELEGIR LA PROPIA IDENTIDAD
Ahora bien, si nos atenemos a las palabras de Taylor, nos
vemos obligados a reconocer que para construir una identidad
moderna necesitamos contar con el reconocimiento de otros
significativos, pero también es indispensable que el individuo
mismo
elija
y redefina su identidad. Para ello contará sin duda
con su sentido de pertenencia a distintos grupos, al grupo de
las mujeres, de las blancas, de las cristianas, de las europeas,
de las maestras, y a una infinidad de grupos más; pero en una
sociedad moderna es cada individuo el que está legitimado
para
decidir qué pertenencias considera más identificadoras
,
cuáles, por el contrario, le parecen secundarias por
comparación; en relación con qué grupos está dispuesto a
emprender una lucha por el reconocimiento y en relación con
cuáles, no.
Y en este sentido, puede resultar de gran utilidad recordar
los tipos de pertenencia que establece Irish M. Young. Según
ella, cada persona puede pertenecer a los siguientes tipos
de grupos: 1) diversos
agregados
, es decir, clasificaciones de
personas a las que une un atributo común; 2)
asociaciones
)
o sea, colectividades de personas que se unen
voluntariamente; 3)
grupos sociales
) que no se definen sólo
porque tienen algún atributo común, sino también –y sobre
todo– porque el grupo comparte un sentido de su identidad
común y porque los demás les identifican como grupo. Suele
tratarse en estos casos de grupos marginados, como los
minusválidos, los pobres, los negros, las mujeres o los
homosexuales, que han tenido que luchar por el
reconocimiento y, por lo tanto, se identifican –dice Young–
por un particular sentido de la historia, por un modo de
comprender las relaciones sociales y personales
9
. Para
formar grupos sociales no sirve el modelo del contrato, que
es –sin embargo– la clave de las asociaciones voluntarias.
Ante una clasificación semejante podríamos decir que en
una sociedad estamental premoderna, en la que los
individuos apenas pueden negociar su identidad, las
comunidades adscriptivas, los grupos que no se sujetan al
modelo del contrato, son las fuentes esenciales de
identificación de los sujetos. El siervo de la gleba, la mujer,
el judío están claramente identificados por los demás y, a
partir de ese reconocimiento, se identifican a sí mismos. Sin
embargo, en el mundo moderno y en el seno de una
democracia liberal, ¿no es el individuo mismo quien está
legitimado para decidir a qué grupos pertenece por mera
agregación, porque comparte una cualidad con otras
personas, y cuáles –sin embargo– le prestan su auténtica
identidad, porque él se identifica desde ellos? ¿No es él
quien debe decidir por cuáles de sus propiedades –raza,
sexo, cultura adscriptiva, nación, religión– está dispuesto a
9
Iris Y oung. «Polity and Group Difference: A Critique of the Ideal of Universal Citizenship». en
Ethics
, 99, n.o 2, 1989, 250-274;
Justice and the Politics of
Diference
, Princeton University Press. 1990.
entablar una «lucha por el reconocimiento» y por cuáles no?
Ciertamente, una persona puede sentirse unida a las de su
mismo sexo, raza o unidad política únicamente por
compartir esas cualidades, es decir, como formando parte de
un agregado, pero conceder mayor fuerza identificadora al
hecho de formar parte libremente de una corporación
profesional, un partido político, una organización civil o una
comunidad de creyentes, precisamente porque aprecia más
las relaciones que libremente ha entablado y libremente
puede romper.
Por eso una de las mayores dificultades de las identidades
colectivas en el mundo moderno consiste en que dependen
de que los individuos que se supone las componen posean
un fuerte sentido de pertenencia y estén dispuestos a
entablar una auténtica lucha por el reconocimiento ajeno,
porque esa cualidad les parece indispensable para el
desarrollo de su identidad. ¿Qué ocurre entonces cuando una
parte de quienes poseen esa cualidad no le dan el mismo
peso que otros en la forja de su identidad y se sienten
presionados, forzados, cuando los demás se empeñan en
incluirles en su presunta lucha por el reconocimiento?
Porque es verdad que alguien puede saberse relegado por
ser de un sexo, raza o unidad política determinada, pero no
lo es menos que otras gentes instrumentalizan su
pertenencia a un sexo, raza o unidad política presuntamente
discriminados para conseguir una relevancia social y un
poder que no conseguirían de otro modo. Y como necesitan
que el presunto grupo social les acompañe en la «lucha por
el reconocimiento», extorsionan a los «no-concienciados»,
sea ofreciéndoles prebendas, sea mediante la coacción
moral o física. Medidas ambas que poco tienen que ver con
una identidad ligada a la autenticidad, porque lo que a
nadie se le puede imponer, desde esa ese ideal de
autenticidad, es cómo tiene que querer ser él mismo.
Una sociedad justa debe proteger a los grupos culturales de
agresiones externas, pero sobre todo debe proteger la
libertad de sus ciudadanos para decidir a qué grupo quieren
pertenecer realmente, con cuál se sienten identificados. Y, en
este sentido, los problemas multiculturales son más
fácilmente solubles que los planteados por el nacionalismo,
si entendemos «cultura» en el sentido arriba mencionado.
Porque en las sociedades pluralistas es relativamente
sencillo ingresar en un grupo religioso u otro, en una
comunidad cultural en la que se comparte un sentido de la
vida o en otra, como también abandonados, y los restantes
miembros del grupo pueden proseguir su tarea, aunque
haya bajas. La dificultad se plantea con los nacionalismos,
que necesitan a cuantos viven en un territorio y son
inevitablemente impositivos con una parte.