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Libro para el Maestro
Sin embargo, este ciudadano egoísta no ha rozado todavía
la moralidad. La formación moral, por contra, es la que
permite distinguir entre los fines que nos proponemos
cuáles son buenos, siendo buenos aquellos que cada uno
aprueba y que también pueden ser fines para los demás
hombres. Por eso es moralmente educado quien tiene en
cuenta en su obrar aquellos fines que cualquier ser humano
podría querer, lo cual le lleva a tener por referente una
comunidad universal.
Evidentemente, a lo largo de este libro no hemos tenido por
auténtico ciudadano de la comunidad política al egoísta
prudente que instrumentaliza a sus conciudadanos, sino al
que desea participar en una comunidad justa. Con lo cual le
hemos exigido que se comporte como ciudadano del mundo,
como ciudadano moral, porque hoy en día no puede tenerse
por justa ninguna comunidad política que no tenga en
cuenta a los «extranjeros», además de atender a los
propios. Frente a Kant entendemos que el que sabe hacerse
apreciar, si es a costa de injusticias, es un mal ciudadano;
que el famoso aprendizaje para resolver conflictos, tan de
moda en las escuelas, debe encaminarse a resolverlos con
justicia. «Aprender a convivir»no basta: es preciso
aprender
a convivir con justicia.
Lo cual exige que cada comunidad política atienda
prioritariamente a sus miembros, en lo que se refiere a sus
necesidades básicas. Pero si esas necesidades ya están
razonablemente cubiertas, está obligada a atender las
necesidades de los demás seres humanos, aunque no sean
ciudadanos suyos. Cerrar las puertas al inmigrante, al
extranjero, al refugiado, negarse a satisfacer sus
necesidades básicas por atender a los deseos de los
ciudadanos es una palmaria injusticia. Cuando entran en
conflicto necesidades biológicas y deseos psicológicos, exige
la justicia atender prioritariamente a las primeras sean
cuales fueren quienes las experimentan. Por eso Europa
debe revisar y cambiar esas leyes relacionadas con la
inmigración y la extranjería que niegan lo básico a seres
humanos, por satisfacer los deseos de quienes ya no pasan
necesidad. Porque si alguien la pasa en la actual Europa,
jamás se debe a que un inmigrante le haya quitado el
puesto de trabajo.
Por tanto, para ser hoy un buen ciudadano de cualquier
comunidad política es preciso satisfacer la exigencia ética
de tener por referentes a los ciudadanos del mundo.
Exigencia que no se satisfará sólo a través de la educación,
ni adoptando medidas jurídicas, sino cambiando el orden
internacional en diversos niveles. En la economía política,
sin ir más lejos, universalizando cuando menos la
ciudadanía social, puesto que sociales son los bienes de la
Tierra y ningún ser humano puede quedar excluido de ellos.
tradiciones herederas del universalismo ético, tanto
religiosas como políticas (liberalismo, socialismo). Unas y
otras convienen con Kant en que la humanidad tiene un
destino, el de forjar una ciudadanía cosmopolita, posible en
una suerte de república ética universal.
Por eso –añadirá Kant– las bases de un plan de educación
han de ser cosmopolitas. Para sacar de los «humanimales»
–podríamos añadir por nuestra cuenta– lo mejor que de
humanos tienen, no para imponérselo desde fuera. Porque
sólo proyectos capaces de generar ilusión, proyectos
realistas por estar entrañados ya en el ser persona, pueden
hacer fortuna, y el ideal cosmopolita está latente en el
reconocimiento de derechos a los refugiados, en la denuncia
de crímenes contra la humanidad, en la necesidad de un
Derecho Internacional, en los organismos internacionales y,
sobre todo, en la solidaridad de una sociedad civil, capaz de
obviar todas las fronteras.
Y es que el proyecto de forjar una ciudadanía cosmopolita
puede convertir al conjunto de los seres humanos en una
comunidad
. Pero no tanto en el sentido de que vayan a
entablar entre sí relaciones interpersonales, cosa –por otra
parte– cada vez más posible técnicamente, sino porque lo
que construye comunidad es sobre todo tener una causa
común. Por eso pertenecer por nacimiento a una raza o a
una nación es mucho menos importante que perseguir con
otros la realización de un proyecto: esta tarea conjunta,
libremente asumida desde una base natural, sí que crea
lazos comunes, sí que crea comunidad.
La exigencia de encamar una comunidad semejante es en
principio
ética
, como muy bien mostraba Kant al señalar de
qué dimensiones debía componerse la educación
cosmopolita. En principio, es preciso impartir una formación
en las
habilidades
necesarias para alcanzar cualesquiera
fines, que es lo que Kant denomina formación «escolástico-
mecánica», porque aprender qué medios es preciso adoptar
para alcanzar unos fines u otros es cosa que enseñan las
diversas escuelas y se practica después de forma mecánica.
En segundo lugar, es indispensable educar también en la
prudencia
necesaria para saber adaptarse a la vida en
sociedad, para lograr ser querido y tener influencia. A esta
dimensión de la educación llama Kant «civilidad»,
prestándole una connotación distinta en parte a la que en
este libro hemos manejado, y en parte igual. Porque la
civilidad supone para Kant buenas maneras, amabilidad y
una cierta prudencia para saber servirse de las demás
personas para los propios fines, cosa que –obviamente–
poco tiene que ver con la moralidad. Quien sabe servirse de
otros es prudente y cívico y, por lo tanto, compone la
imagen de un buen ciudadano, porque sabe comportarse
con destreza en el ámbito público.