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Libro para el Maestro
leer diferentes textos, y, por supuesto, de producirlos. La escuela debe enseñar a analizar la manera en que
esos textos construyen voces e historias, y el modo en que los alumnos se sitúan dentro de esas
historias.
Una buena enseñanza es la que se toma en serio la vida de los alumnos. Hablamos de una educación que
recupere las experiencias de los estudiantes analizando las formas en que moldean su identidad. De eso
trata una educación con sentido: de analizar las experiencias de los estudiantes dentro de un contexto
social y político más amplio. Los alumnos tienen recuerdos, familias, religiones, sentimientos, lenguajes y
culturas que les dan voz. Podemos asumir estas experiencias de manera crítica e ir más allá de ellas. Pero
no podemos negarlas. Al ser capaces de escuchar las voces de sus alumnos, los docentes se convierten en
cruzadores de fronteras que cuestionan los límites culturales existentes, configuran otros nuevos y
permiten que sus alumnos participen en su creación.
La incorporación de la cultura popular a la escuela puede ayudar a los alumnos a entender quiénes son,
cómo se definen socialmente, y cómo es y cómo funciona la sociedad en la que viven. Tomar en cuenta la
cultura popular, que es también la cultura en la que se definen con frecuencia los chicos y los jóvenes a sí
mismos, ofrece a los alumnos oportunidades para distanciarse de la literalidad de los mensajes y para
comenzar a construir una nueva relación con los medios de comunicación, con la cultura, con la escuela y
con el conocimiento. Invita a los maestros a tomar en cuenta, a valorar y a resignificar los lenguajes, las
necesidades, los deseos y las experiencias de los chicos en relación con la cultura cotidiana, con aquella
que viven fuera de la escuela.
La pedagogía es, finalmente, la manera a través de la cual aprendemos a vernos a nosotros mismos en
relación con el mundo.
Ese es el desafío para la escuela actual: integrar la multiplicidad de espacios en los
que se produce dicho aprendizaje.