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Miraba al camello y éste le devolvía
la mirada, moviendo todavía los labios
mientras la vida se le escapaba.
Entonces, Kori venció sus deseos de
salir corriendo, de huir, de no ver. Se puso
de nuevo en cuclillas, se acercó cuanto
pudo a Caramelo, sacó de sus ropas el
cuadernito y el bolígrafo, y fue escribien-
do todo lo que creía escuchar que salía de
los labios del camello.
Los párpados descendían sobre los
ojos de Caramelo, y el movimiento de su
boca fue más y más lento, hasta que por
fin cesó. El niño se levantó, besó la cabe-
za quieta de Caramelo, y se alejó de allí,
sin volver la cabeza.
Dicen que Ahmed y varios de los
hombres serios, lloraron en silencio,
ocultando sus ojos húmedos de los de-
más, detrás de sus turbantes negros.
Kori subió a lo más alto de la colina,
se sentó en una piedra e, inclinado de nue-
vo sobre su cuaderno, siguió escribiendo
durante todo el día palabras como éstas:
No llores porque la vida se acabe;
piensa en lo que hemos vivido…
Yo lo acepto,
me voy con tu recuerdo
a los pastos del cielo…
Y mientras tú vivas
yo siempre estaré contigo.
Tu aún no lo entiendes,
pero cuando la noche te alcance,
lo entenderás también
pequeño Kori mi único amigo…
KORI R² IÓ, luchó contra las barreras de la sordera y la mu-
dez, y aprendió a hablar con una voz extraña, pero hermosa y
rotunda. Nunca dejó de escribir poemas.
Ya era un joven admirado y respetado, pero cada tarde se
iba con su cuaderno y su bolígrafo a los corrales del campa-
mento de Smara. Se sentaba en el suelo y algunos cuentan que
parecía dialogar con los camellos.