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La Pobreza no podía tolerar que el hombre se le escapara,
así que en el último momento logró colarse en el interior del
tronco hueco, justo en el instante que el hombre trepaba hacia
arriba. Tan pronto como hubo saltado afuera, la mujer colocó
la plancha en su sitio y ajustó las cuñas. Entonces, el hombre
y su mujer se miraron y, por primera vez en muchos años,
rieron felices.
Después de haberse deshecho de la
Pobreza, la pareja regresó a casa cogida
de la mano. Parecía que la suerte les em-
pezaba a sonreír, pues por el camino se
encontraron un saquito con unas mone-
das de oro.
La casa del matrimonio no tardó en
convertirse en un lugar bien distinto. El
fuego de la chimenea ardía con fuerza
y la comida estaba mucho más sabrosa. Y
al no estar la Pobreza en la cama podían
calentarse el uno al otro y dormir plácida-
mente durante toda la noche. Las plantas
del huerto florecieron y la cosecha fue
suficiente como para poder venderla en
el mercado. Las gallinas empezaron a dar
más huevos y pronto reunieron el dinero
para poderse comprar un cerdo.
La mujer cantaba mientras barría la casa. Al haberse li-
brado de la Pobreza, nada les impedía ya disfrutar de la vida.
Pero el hombre estaba todavía temeroso de que la Pobreza
pudiese escaparse del tronco hueco y viniese a atormentarlos
de nuevo. Por ello, todas las semanas iba al lugar donde se
encontraba el árbol para asegurarse de que las cuñas seguían en
su sitio. Y si por casualidad las veía un poco flojas, las ajustaba
de nuevo.