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Ocho de la mañana del seis de agosto en
el cielo de Hiroshima.
Naomi se ajusta el obi de su kimono y
recuerda a su amigo: —¿Qué estará hacien-
do ahora?
“Ahora”, Toshiro pesca en la isla mien-
tras se pregunta: —¿Qué estará haciendo
Naomi?
En el mismo momento, un avión ene-
migo sobrevuela el cielo de Hiroshima.
En el avión, hombres blancos pulsan bo-
tones y la bomba atómica surca por prime-
ra vez un cielo. El cielo de Hiroshima.
Un repentino resplandor ilumina extra-
ñamente la ciudad.
En ella, una mamá amamanta a su hijo por última vez.
Dos viejos trenzan bambúes por última vez.
Una docena de chicos canturrea: “Donguri-Koro Koro-
Donguri Ko…” por última vez.
Cientos de mujeres repiten sus gestos habituales por
última vez.
Miles de hombres piensan en mañana por última vez.
Naomi sale para hacer unos mandados.
Silenciosa explota la bomba. Hierven, de repente, las aguas
del río.
Y medio millón de japoneses, medio millón de seres hu-
manos, se desintegran esa mañana. Y con ellos desaparecen
edificios, árboles, calles, animales, puentes y el pasado de
Hiroshima.
Ya ninguno de los sobrevivientes podrá volver a reflejarse
en el mismo espejo, ni abrir nuevamente la puerta de su casa,
ni retomar ningún camino querido.