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Nadie será ya quien era.
Hiroshima arrasada por un hongo atómico.
Hiroshima es el sol, ese seis de agosto de 1945. Un sol estallando.
Apenas en diciembre logró Toshiro averiguar dónde es-
taba Naomi. ¡Y que aún estaba viva, Dios! Ella y su familia,
internados en el hospital ubicado en una localidad próxima a
Hiroshima, como tantos otros cientos de miles que también
habían sobrevivido al horror, aunque el horror estuviera aho-
ra instalado dentro de ellos, en su misma sangre. Y hacia ese
hospital marchó Toshiro una mañana.
El invierno se insinuaba ya en el aire y el muchacho no sa-
bía si era frío exterior o su pensamiento lo que le hacía tiritar.
Naomi se hallaba en una cama junto a la ventana. De
cara al techo. Ya no tenía sus trenzas. Apenas una tenue
pelusita oscura. Sobre su buró, unas cuantas grullas de papel
desparramadas.
—Voy a morirme, Toshiro… —susu-
rró. No bien su amigo se paró, en silencio,
al lado de su cama—. Nunca llegaré a
plegar las mil grullas que me hacen falta…
Mil grullas… o Semba-Tsuru, como
se dice en japonés.
Con el corazón encogido, Toshiro
contó las que se hallaban dispersas sobre
la mesita. Sólo veinte. Después, las juntó
cuidadosamente antes de guardarlas en
un bolsillo de su chaqueta.